Tan lejos, tan cerca
[Prólogo al libro De ahí no más / poesía actual de Centroamérica y el Caribe (Bahía Blanca: Vox / San José: Germinal, 2013)]

A este punto, esto parece más una especie de pasquín político que la
introducción a una antología de poesía, pero como no vamos a explicar por medio
de un tratado socio-histórico el desarrollo de la literatura centroamericana y
como no vamos a hacer una introducción explicando por qué esta antología tiene
una cosa y no la otra, vamos a tratar de retomar, con nuestras palabras y vivencias,
cómo entendemos la región. Rebobinemos el casete. Centroamérica no existe.
Mentira, Centroamérica sí existe, digamos no existe literatura centroamericana,
como tampoco una sola receta única del Gallo Pinto en toda la región. Lo que sí
existen son escritores centroamericanos, o mejor dicho escritores que viven en
Centroamérica. Algunos todavía creen en la palabra lírica como si fuese un
regalo del Olimpo; otros intentan superar a las generaciones pasadas al mismo
tiempo que otros conocen a las generaciones pasadas e intentan imitarlas. No se
puede decir de antemano que todos los rupturistas son del pacífico y los que se
entregan a los abismos del lenguaje “poético” de las sierras. O los que se
contagian de otras influencias, otros tonos y colores, son del Caribe, decir
eso sería demasiado fácil. Está claro que las influencias tienen una marcada
estética, sea poética o política. Rubén Darío no hubiera contribuido lo
necesario de no haber sido el primer traductor/promotor de escritores
franceses. Joaquín García Monge no hubiera sido el editor/difusor que fue si en
su juventud no hubiera conocido los textos anarquistas de Bakunin y Anselmo Lorenzo.
En el pasado, tanto desde adentro, como desde afuera, se inventaron categorías,
se moldeaban estilos. De la crónica costumbrista al texto enmarcado en la
hipermodernidadpunk, pasando por lo digital, la necesidad de enmarcar los
fenómenos fue más un asunto para las academias que para los escritores sin ver que
el mayor problema que existía era la precaria difusión, el pobre desarrollo del
mercado editorial y lo principal, el déficit bibliográfico por falta de
librerías o bibliotecas. Pero eso ya no funciona (si alguna vez funcionó).
Creemos que hay una nueva camada de escritores en Centroamérica, que no les
importa nada ser un escritor centroamericano, que leen otras voces y otras formas
de lenguaje. Que no escriben desde el campo, desde la selva, desde la
revolución. Que escriben desde la ciudad, desde las tablas de surf, desde las
estaciones de servicio, desde las tabernas. Que escriben muchas veces para los
amigos más cercanos y terminan siendo la voz de un momento. No cantan,
de-cantan, discantan. Y a pesar de todo esto, aún con el nivel masivo de medios
sociales, Centroamérica está incomunicada en el plano físico. La conexión de
poetas de latitudes tan lejanas como Belice y Panamá se da, pero casi lo mismo
que la conexión entre un poeta de Tierras del fuego y otro de la República
Democrática del Congo. Pasa lo mismo en los festivales de poesía, ferias
internacionales o encuentros académicos, que en su mayoría funcionan como mausoleos
en que viejos cadáveres llevan de la mano a jóvenes para que no cambien su
estética, sino que perpetúen el discipulado. Ante esto, esfuerzos
independientes así como nuevas formas de entender el lenguaje han logrado
abrirse un camino, se levanta una “insurrección solitaria” en cada país y
aquella lejana década de los noventa, en que se pensaba que la región centroamericana
había cumplido su ciclo social, vio nacer una “generación de posguerra” en
Guatemala donde la estética iba más allá de la palabra y utilizaba el libro
como un objeto; y si Guatemala tuvo su Editorial X, encabezada por Estuardo
Prado con autores como Javier Payeras, Costa Rica tuvo su sisma
político-estético con Kasandra, dirigida por Jorge Jiménez, la revista más trashcore
que dio pie a un serio cuestionamiento en la forma de cómo se decían las cosas.
Ambos son hoy productos del olvido, recordados en pequeños textos, al sonido
del destape de algunas cervezas que amigos abren para brindar por la nostalgia,
al igual que sucedió con proyectos similares que no salieron de las manos de
tres o cinco amigos, en otras partes de la región.
Hoy, los festivales independientes y las editoriales
independientes son las que apuestan todo, son los kamikazes de la cultura. Son quienes
logran poner los ojos nuevamente en la región y sirven de reflejo para entender
que en Centroamérica hay una nueva literatura, variada, pero existe. Hemos
empezado esta colección de Nueva Poesía de Centroamérica y del Caribe hace
algunos meses, después de conocernos en San José, Costa Rica, y con el intercambio
epistolar creció, para finalmente desembocar en un manuscrito que dejamos a
manos de las lectoras y los lectores de la Argentina y el resto del mundo.
Timo Berger y Juan Hernández
San José y Berlín, junio 2013
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